No cabe duda que, entre todas las grandes civilizaciones de la
antigüedad, la cultura de los mayas ocupa una de las más
bellas páginas que han sido escritas por el hombre en el
gran libro de la Historia universal. Una civilización que
floreció hace más de quince siglos en pleno corazón
del continente americano, y cuyas viejas ruinas permanecen hoy
todavía en pie, envueltas entre las brumas del recuerdo
y del olvido, pues, si bien gran parte de su legado ha podido
ya ser descubierto y estudiado, muchos de sus monumentos subyacen
aún enterrados bajo la maleza, durmiendo apaciblemente
el sueño de la Historia.
Siendo como fue una de las culturas más antiguas y longevas
de toda América Precolombina, la civilización maya
empezó a despuntar a comienzos de nuestra era y sus cimientos
sirvieron de base fundamental para el desarrollo de otras culturas
posteriores. Sin embargo, al hablar del mundo maya no nos estamos
refiriendo a un gran imperio territorial, cuyas provincias dependían
completamente de un poder centralizado, como pudo ser el egipcio
o el romano; sino que, mucho más en consonancia con la
diversidad geopolítica del mundo griego, en el caso de
los mayas nos hallamos ante una sociedad pluricultural que, si
bien compartían una misma cosmovisión religiosa,
una misma mentalidad y un esquema de valores, tradiciones y costumbres
básicamente homogéneo, a nivel sociopolítico,
sin embargo, estaba integrada por una amplia diversidad de «ciudades-estado»
que gozaban de plena autonomía, manteniendo cada una de
ellas una total independencia política, económica
y social, con respecto a las demás.
Así pues, desde el punto de vista arqueológico:
la «civilización de los mayas» conforma un
rico mosaico de ciudades monumentales, algunos de cuyos nombres
son bien conocidos, como es el caso de Tikal, Palenque o Chichen-itza.
Sin embargo, en esta ocasión vamos a centrar nuestra atención
en una urbe muy especial, que supo brillar con luz propia a través
de los siglos: la ciudad de Copán, considerada por los
arqueólogos como la «Atenas de los mayas».
Copán se encuentra situada al oeste del territorio hondureño
y ocupa una extensión de 120 hectáreas. Esta ciudad
fue el hogar de una dinastía de 16 reyes legendarios que
gobernaron durante el periodo clásico maya, abarcando en
total un lapso de cuatro siglos (del 426 al 820 d.C.), que alcanzó
su máximo esplendor en el siglo VIII d.C. Sus elegantes
pirámides, templos y edificios, adornados originalmente
con vistosos relieves policromados, y sus extraordinarias estelas
de piedra finamente labrada, la han hecho famosa en todo el mundo,
exhibiendo por doquier la calidad de unas manufacturas no superadas
por todas las demás culturas del continente americano.
Al despuntar el alba nos encaminamos hacia el gran Parque Arqueológico
de Copán, y presos de singular entusiasmo, nos disponemos
por fin a penetrar en las centenarias ruinas de esta misteriosa
ciudad-santuario, cuyos sublimes monumentos han logrado despertar
la fantasía de no pocos viajeros, escritores y aventureros.
Al aproximarnos a la zona arqueológica, una ruidosa multitud
de guacamayos nos da la bienvenida con sus alegres graznidos,
caminando torpemente entre nosotros con absoluta confianza. Para
los antiguos mayas el guacamayo era un ave sagrada, pues curiosamente,
sus plumas reflejan con extraordinaria pureza los tres colores
básicos del espectro de luz solar: rojo, azul y amarillo,
constituyendo así una bella epifanía de «Aha-Kinich»:
el Dios Sol. Dejando atrás a estos simpáticos moradores
del umbral, cuya presencia nos recuerda que estamos entrando en
un lugar consagrado a los Dioses, seguimos caminando por un sendero
bordeado de grandes árboles tropicales, cuyas raíces
se expanden por doquier entre una heterogénea multitud
de montículos de tierra -aparentemente naturales- cuyo
manto de vegetación protege la estructura de muchos edificios
que permanecen todavía enterrados, ocultos a las miradas
profanas.
Finalmente, tras ascender por una escarpada escalinata de piedra
que serpentea entre la maleza, contemplamos extasiados toda la
verde extensión que ocupa el gran centro ceremonial de
la ciudad de Copán, cuya majestuosa arquitectura monumental
deja volar muy lejos nuestra imaginación, ayudándonos
a percibir un glorioso pasado de esplendor.
En todo este amplio complejo arqueológico, destacan varias
zonas de gran interés: la Gran Plaza principal, en cuyo
centro se alza una pirámide escalonada, símbolo
del mundo celeste, que según la cosmovisión maya
estaba formado por trece capas sucesivas, la última de
las cuales sostiene la morada de los Dioses. Esta gran plaza de
Copán se extiende sobre un suave tapiz verde-esmeralda,
salpicado de numerosos altares y bellas estelas conmemorativas.
Estos monolitos, magníficamente tallados en piedra, cumplían
una triple misión: histórica, cronológica
y astronómica. Por una parte reflejaban importantes acontecimientos
históricos del linaje real y sacerdotal de Copán,
señalando las diversas fechas conmemorativas, y por otro
lado servían de precisos teodolitos astronómicos,
pues según parece los mayas eran expertos astrónomos
que tenían un avanzado conocimiento del movimiento de los
cuerpos celestes, lo cual les permitía predecir con bastante
exactitud las estaciones, los eclipses, los posibles cambios climáticos
y la precesión de los equinoccios.
Junto a la gran pirámide central, se encuentra el complejo
arquitectónico del famoso «Juego de Pelota»,
posiblemente el mejor cuidado y conservado de todo el mundo maya.
El origen de este Juego de pelota, que los mayas llamaban pokyan,
se pierde entre las brumas del tiempo mítico. Sabemos bien
que debía tener una función ritual (como casi todas
las tradiciones sagradas de la antigüedad), pero todavía
hoy no podemos afirmar a ciencia cierta cuál fue. Lo que
si sabemos es que dos equipos de jugadores, ataviados con sus
respectivos trajes ceremoniales, se enfrentaban en una cancha,
constituida por un foso central a cuyos lados corrían paralelos
dos muros inclinados, uno frente al otro. En lo alto de estos
simétricos muros, hay tres marcadores de piedra, que en
la cancha de Copán están esculpidos con forma de
guacamayos, animal que, como ya dijimos, simboliza el Espíritu
del Sol. El juego consistía en lograr que la pelota de
caucho -impulsada tan sólo por codos, rodillas y caderas-
no cayera al foso, manteniéndose todo el tiempo sobre las
rampas inclinadas y alcanzando las máximas veces posibles
alguno de los marcadores.
Junto a la cancha del Juego de Pelota, se eleva imponente la majestuosa
Escalinata Jeroglífica, construida por uno de los grandes
reyes copanecos en conmemoración de sus antepasados. El
texto está compuesto por más de 1.250 bloques de
piedra esculpida, constituyendo así el texto jeroglífico
más largo de todo el continente americano. En este sentido,
hay que destacar que los mayas fueron el único pueblo de
América Precolombina que utilizó una lengua jeroglífica,
siendo además una de las tres únicas culturas del
mundo que la desarrollaron en su totalidad, al igual que China
y Egipto. La lengua jeroglífica de los mayas, se empleaba
para fines comerciales y políticos, para dejar constancia
escrita de su propia historia, y también como vehículo
de expresión de sus mitos y su literatura sagrada; sin
embargo, todavía hoy los filólogos siguen trabajando
en ella, a fin de poder descifrar completamente su significado.
Otra de las zonas de mayor relevancia arqueológica es la
Acrópolis de Copán, Centro principal del poder real,
constituido por dos grandes plazas rodeadas de importantes construcciones.
Pero antes de proseguir con nuestra descripción, conviene
recordar que tanto en lo que se refiere a la orientación
geográfica o a las formas y medidas geométricas,
como a la cuestión del diseño y la distribución
urbanística, todas las grandes ciudades sagradas de la
antigüedad estaban configuradas como un micro-cosmos a escala
del mundo divino, una «maqueta universal» orientada
en función de las cuatro direcciones del espacio y fundada
a partir de un axis mundi o eje del Universo, centro virtual de
la cosmogonía que señala el punto generatriz de
la vida sin el cuál sería imposible la comunicación
eficaz entre los tres niveles de la Creación: el cielo,
la tierra y el inframundo.
La ciudad de Copán reproduce, pues, arquitectónicamente,
el Mito de la Creación maya a varios niveles. Por eso en
la época de lluvias las plazas de la Acrópolis quedaban
inundadas por las aguas, formando así un bello lago -símbolo
del Océano Primordial de la cosmogonía-, del cual
emergían las pirámides -arquetipo de la Montaña
Sagrada-, en cuyo interior mora el espíritu de los antepasados.
La misma palabra naab, plaza, significa también «océano
o aguas primordiales», mientras que las pirámides
reciben el nombre de witz, que quiere decir «montaña
sagrada». Podemos afirmar entonces que los mayas, en virtud
de la imitatio dei, recreaban con su arquitectura unos espacios
sagrados que permitían reflejar en la tierra la divina
geografía celeste.
La plaza oeste de la Acrópolis alberga un importante conjunto
de construcciones en cuyo interior, totalmente ocultas a las miradas
profanas, subsisten todavía dos de los más impresionantes
templos funerarios recientemente descubiertos por los arqueólogos:
son los templos Rosalila y Margarita, cuyas singulares estructuras
y relieves están ayudando a desvelar importantes enigmas
del mundo maya. Una de estas cuestiones gira en torno a la costumbre
que tenían los mayas de utilizar los viejos templos como
cimiento ritual de otros nuevos, manteniéndolos completamente
intactos, lo cual no deja de ser asombroso. Buena muestra de ello
es el cuidadoso esmero con el que muchos de estos templos eran
enterrados, envueltos en un sudario de blanco estuco, cual si
se tratara de un ser vivo cuya integridad hubiera que preservar
también intacta en el «más allá».
Hoy en día, podemos admirar el templo Rosalila original,
gracias a la construcción de una red de magníficos
túneles excavados en la roca del subsuelo, que permite
al visitante contemplar en su propio hábitat funerario
«lo que nunca se hizo para ser contemplado». No cabe
duda que la réplica a tamaño natural del templo
Rosalila, que se exhibe actualmente en el Museo Arqueológico
de Copán, reproduce este santuario de forma admirable,
hasta en sus más mínimos detalles. Pero lo cierto
es que cuando uno penetra en los túneles del subsuelo que
conducen al templo original, y se encuentra de pronto en presencia
de este extraordinario monumento, un respeto sobrecogedor invade
nuestros corazones... las voces enmudecen dando paso a un reverente
silencio y una oleada de emoción pugna por aflorar a nuestros
ojos... pues de alguna forma, sentimos que nos hallamos ante la
presencia de un misterioso «Ser de piedra»... que
alguna vez estuvo vivo.
Justo delante de la Pirámide 16, que alberga en su seno
al templo Rosalila, encontramos una de las piezas escultóricas
más importantes de todo el mundo maya, tanto por su magnifica
factura, como por el significado histórico que encierra:
se trata del Altar Q, realizado por el ultimo rey de la dinastía
copaneca, Yax Pac, cuyo nombre significa «Primer Amanecer».
El Altar Q representa a los 16 reyes de la dinastía de
Copán (cuatro por cada lado), y en él aparece el
rey Yax Pac recibiendo los derechos al trono de manos del fundador
de la dinastía copaneca, Yax Kuk Mo, el rey Quetzal Guacamayo,
legitimando así su ascenso al poder.
Avanzamos un poco más allá y sobre una plataforma
de nivel más elevado, llegamos al Patio Este, donde se
reunía el Consejo Real, con la sede de la Asamblea Popular
y el Templo de los Oráculos, cuya forma piramidal representa
la mítica montaña Mo'Witz, sede de una divinidad
protectora de la dinastía copaneca. Esta magnífica
pirámide se halla coronada por un templo, cuyo umbral reproduce
en piedra las fauces de la mítica Gran Serpiente Solar.
Sobrecoge pensar que desde esta elevada plataforma se proclamaban
los oráculos, por medio de los cuales los Dioses mayas
otorgaban su beneplácito a los nuevos gobernantes y legitimaban
sus leyes por derecho divino, pues no conviene olvidar que para
los mayas, al igual que para la mayoría de pueblos de la
antigüedad, la religión orientaba todos los aspectos
de su vida, tanto pública como privada, de tal forma que
los eventos políticos eran también una forma de
ceremonial o ritual público, que integraba su calendario
de fiestas.
Finalmente, más allá de este centro ritual, nos
encontramos con la zona residencial de Las Sepulturas, llamada
así por los enterramientos hallados en el interior de las
viviendas, cuyas piedras nos cuentan la historia de cómo
vivían y cómo morían sus moradores. En este
lugar se respira una atmósfera de silenciosa quietud y
las fuerzas invisibles de la Naturaleza son bien patentes a nuestro
alrededor. Sobre una ceiba, un pájaro quetzal, cuyas plumas
verdes y azules recuerdan a la mítica «Serpiente
emplumada», nos contempla desde lo alto. La ceiba, que tanto
abunda en estos parajes, era para los mayas un árbol sagrado
que simbolizaba el «eje del Universo»: sus inmensas
raíces se hunden en el inframundo; su tronco acorazado
de espinas, atraviesa el mundo de los hombres recordándole
las dolorosas pruebas de la existencia; mientras su frondosa copa
se eleva verticalmente hacia el cielo de los Dioses, manteniendo
así la unión entre los tres mundos.
Lo cierto es que todo en Copán respira un intenso aroma
de magia y de misterio, pues cuando recorremos sin prisa sus bellos
parajes, podemos sentir todavía el aliento vital de la
Naturaleza en todo su esplendor: cuando Ahau Kinich, el Dios Sol
se oculta, su inseparable compañera Ixchel, la Diosa Luna,
comienza a surgir tímidamente en el horizonte copaneco...
entonces, el Dios Chac, dispensador de la lluvia fecundadora,
irrumpe en la atmósfera con toda su fuerza y plenitud para
despertar a la tierra, mientras la rana sagrada Uo se asoma croando
ruidosamente, anunciando así el comienzo de un nuevo ciclo
de lluvias. La vida reverdece de nuevo y el aroma de Alaghom-Naom,
la madre tierra que ha estado dormida durante los largos meses
de verano, surge ahora con toda su intensidad y frescura elevándose
hacia el cielo, como el aroma del incienso que lleva hasta los
dioses los sueños de los hombres... En ese instante, los
animales deciden sumarse también a la gran fiesta cosmotelúrica
de la Naturaleza danzando y cantando... mientras Hunab-Ku, el
supremo Dios innombrado, contempla la escena con sereno regocijo.
Lo cierto es que los mayas no han desaparecido para siempre, pues
casi cuatro millones de sus descendientes viven hoy allende las
viejas ciudades-santuario. Ellos hablan todavía su propio
dialecto maya, conservan sus tradiciones ancestrales y practican
los ritos de una cultura milenaria que perpetúa en su memoria
la grandeza de sus antepasados. Una grandeza que ha sido reconocida
a nivel mundial, cuando en 1980 las Ruinas de Copán fueron
declaradas por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Hoy, la cultura maya constituye una de las civilizaciones más
importantes del mundo antiguo. Sus monumentos, tradiciones y costumbres,
sus creencias, su ciencia y su arte, han logrado traspasar las
fronteras de su espacio y su tiempo, para llegar hasta nosotros
como sinónimo de pueblo grande y sabio. Una sabiduría
que hoy todavía continúa siendo un misterio para
nosotros.
Francis J. Vilar & Herminia Gisbert
El Mundo de Sophia, D.L.
PM-2099-98
Revista editada por la Fundación Sophia en colaboración
con el Centro de Estudios Sophia, para la difusión del
pensamiento y el arte de las culturas tradicionales. Dirección:
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